viernes, 8 de junio de 2018

DE PROMAUCAES A PUERTO NUEVO

1.-LOS PRIMEROS POBLADORES DE NUESTRO SUELO.

         Los conocimientos del desarrollo prehistórico de esta zona, son todavía incompletos. El continuo uso de las tierras durante más de cuatro siglos ha destruido las evi-dencias más valiosas.
          
 Para nosotros, la historia comienza con la llegada de Diego de Almagro (1480-1538), el 4 de junio de 1536. Pare-ciera que antes de esa fecha, nadie habitó estas tierras, pe-ro la verdad es que si hubo vida.

La destacada arqueóloga, GRETE MOSTNY (1869-1991), en su obra “PREHISTORIA DE CHILE”, dice que “la zona enmar-cada entre el Océano Pacífico y la Cordillera de la Costa por el Oeste, y la Cordillera de Los Andes por el Este, y comprendida entre los ríos Choapa e Itata, que es irriga-da por los ríos Aconcagua, Maipo, Rapel y Maule, ha sido una zona densamente poblada en tiempos prehistóricos y en los subsiguientes períodos históricos”.
        
   El arqueólogo RICARDO LATCHAM (1869-1943)  en su teoría visualiza una primera ocupación de la zona centro-sur, por pescadores en la costa y cazadores en el interior y la precordillera, a la que se superpuso más tarde, una capa de agroalfareros que desarrollan una cultura más o menos homogénea, entre  el río Itata y el Golfo de Reloncaví.
        
Probablemente en el siglo XIV llegó del Este un pue-blo de cazadores nómades que ocupó la región situada en-tre los ríos Itata y Toltén.

La arqueología de Chile Central, tan poco conocida en la década de 1920, es delimitada geográficamente por Latcham entre los valles del Choapa y Maule.

Dentro de ella hace una división, que no debe  consi-derarse en forma absoluta, entre los ríos Choapa y Maipo, y continuando hasta el río Cachapoal, una región cultural que se denomina  ACONCAGUA, y entre los ríos Cachapoal y Maule, una segunda región cultural llamada PROMAU-CAE . Aunque él le da gran importancia a la influencia Dia-guita y Chincha, sus tiestos alfareros que provienen de las colecciones y excavaciones del doctor AURELIANO OYAR-ZUN NAVARRO,(1858-1947),de FRANCISCO FONCK(1830/1912 de LUIS MONTT (1848-1909) y otros estudiosos, y de sus pro-pias investigaciones (aunque el reconoce que ha excavado poco en Chile Central) corresponden mayoritariamente a los tipos definidos en el presente para la alfarería Aconca-gua. Varias veces insiste que el río Cachapoal “parece ha-ber sido verdadera frontera cultural entre las grandes zonas del Norte y del Sur”. (“HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN CHILE”-Mario Orellana Rodríguez.1996.-pag. 148).

            Para determinar el tiempo de aparición de los prime ros habitantes de alguna región se recurre a la existencia de “conchales”, que según el diccionario son “depósitos prehistóricos de conchas y otros restos de moluscos, peces que servían de alimento a los hombres de aquellas edades

            Los arqueólogos se dedican a estudiar esos cerros fabulosos de conchas y huesos y se puede saber que comían y que tipo de vida llevaban esos seres.

            Los conocimientos más recientes nos indican que las primeras manifestaciones de vida en estos lugares, pertenecieron a cazadores de animales terrestres, aves acuáticas y recolectores de frutas y semillas silvestres, y sus huellas datan de unos 10.000 años más o menos. Conchas encontradas indican que también fueron pescadores, valiéndose de huesos aguzados que usaban como arpones.

            Hace unos 6.000 a 2.000 años atrás, se formaron en nuestro litoral, terrazas marinas a 15 y 30 metros sobre el nivel del mar. Los hallazgos realizados datan de esas mis-mas fechas.

            En la zona del Valle Central, se han encontrado en las terrazas marinas, conchas de moluscos tales como locos y choros .Estos eran desprendidos de las rocas con elemen-tos puntiagudos construidos con huesos de lobo de mar y de aves marinas, a los cuales se le trabajaba una punta para ser usada en esos menesteres.

            Este tipo de “conchales” fue encontrado por el desta cado historiador nacional, don JOSÉ TORIBIO  MEDINA (1852-1930), en el litoral del balneario de Las Cruces en 1896, lugar en el cual fue el primero en realizar excava-ciones en la búsqueda de elementos arqueológicos. En el libro “HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA EN CHILE”, (1996) del arqueólogo e historiador MARIO ORELLANA RODRÍ-GUEZ podemos leer lo siguiente relacionado a las investí-gaciones de José Toribio Medina en nuestro litoral:

“En el estudio sobre los conchales de Las Cruces, hay algunas afirmaciones interesantes sobre los yacimientos y artefactos costeros de Chile Central. Dice Medina: Nuestros propósitos se limitan hoy a dar a conocer los objetos que hemos encontrado en un espacio de te-rreno relativamente reducido.

                Pero nuestra admiración crece cuando nos  enfrentamos a las descripciones que  Medina hace de los concha les de Cartagena y Las Cruces y de sus escasos habitantes, pobres pescadores que languide-cen en un mundo que, cada día que pasa es menos suyo.

                El observador que partiendo del pueblito de Cartagena en la costa de Melipilla se dirige hacia el norte, tiene que sentirse sorpren-dido al notar que los cerros de arena que se extienden a lo largo de la Playa Grande se ven cubiertos de moluscos que tapizan el suelo casi por completo y presentan el aspecto de una blanca alfombra…y por fin, si se da el trabajo de remover el suelo, hallará piedras agrupadas como para armar un fogón y debajo de él, las cenizas y aun huesos de grandes pájaros y hasta semillas; no puede caber duda alguna en que en  aquellos sitios han vivido hombres que conocían el uso del fuego, que su principal alimentación la debían al mar; que cocían alimen-tos, y así, de deducción en deducción ,en vista de los objetos que va encontrando, puede ir dándose cuenta cabal de los hábitos y costum-bres del pueblo que no han desaparecido de aquellos sitios que habitó, sin dejar algunas huellas a su paso”.

            El doctor AURELIANO OYARZÚN NAVARRO (1858-1947), ya en 1908 hacía incursiones en la costa central de Chile. En 1910 publicó sus primeros trabajos arqueológicos uno de los cuales es “LOS  KJOEKKENMOEDINGER O CON-CHALES DE LA COSTA DE MELIPILLA Y CASABLANCA”.

            En el estudio sobre los conchales de la costa central de Chile que financió  el autor y que fue pre sentado al 4° Congreso Científico de Santiago (1908-1909), Oyarzun tiene como objetivo: “ estudiar los lugares que ocuparon los aborígenes de esta región, quizás desde muchos siglos antes de la llegada de los españoles a Chile. Tienen también como finalidad, poner a prueba los descubrimientos de Medina en los conchales de Las Cruces, i explorar una estención más vasta de la localidad”.

            Oyarzun estudia el medio ambiente, el área geográ- fica, la fauna, la flora, la relación entre el entorno natural y el hombre: “el clima es benigno, como el de todo el centro del país, sin grandes variaciones atmosféricas por el cam-bio de las estaciones. Como están abiertas estas costas al sur, el viento reinante de verano que sopla en esta misma dirección, mitiga favorablemente el calor. Se ve, pues, que esta región debía ser buscada por el hombre desde los tiempos más remotos para fijar su residencia”.

            Otro aspecto interesante de este trabajo es que situó con toda claridad una serie de yacimientos “desde la desembo cadura del río Maipo hasta el puerto de Algarrobo, o sea en una ex tensión de más de 30 kilómetros. Además de encontrar puntas de fle-chas, puntas de lanzas y jabalinas, pesas de redes de pescar, restos de alfarería de greda ordinaria o pintada de rojo o negro, algunas veces con lí-neas rectas”, investigó con el doctor Michel y el señor F. Von Plate, un cementerio en Llolleo. Aun que estaba saqueado, pudieron encontrar interesantes hallazgos: en unos seis esqueletos que exhu-mamos, vi que todos ellos estaban dentro de ollas de greda de unos 60 centímetros de alto…los cadáveres estaban en cuclillas, las rodillas al-canzaban el mentón, i los  miembros superiores dobla-dos tenían las manos al nivel de los hombros. Dentro de las mismas ollas o urnas se encontraban, acompañando el cadáver, uno, dos i hasta tres cantari-tos de greda cocida ordinaria i sin dibujos” (“HISTORIA DE LA ARQUE-OLOGÍA EN CHILE”pag.128)

                Todos los cadáveres estaban sepultados a un metro de profundidad y junto a ellos Oyarzun encontró restos de huesos de huanaco o chilihueque i cartílagos de ballena. Halló también ostiones, que antes era mui común en toda la costa.

                Las descripciones de los tiestos alfareros del cementerio de Llolleo son completísimas, como también de los diversos tipos de pun-tas halladas en Playa Grande de Cartagena, en Las Cruces y en Llo-lleo.

                Los estudios de Oyarzun, de 1910 y 1912, hacen posible que la arqueología chilena conozca a un nuevo tipo alfarero prehispánico de Chile Central y que no había descrito e interpretado hasta ese momen to.”(Mario Orellana Rodrígiuez. Paginas 129/130).

            En los pueblos preagroalfareros, el ajuar con que se sepultaba a los muertos, era muy escaso y a veces casi inexistente de acuerdo a los hallazgos realizados. El área reducida de los conchales implica la existencia de grupos o bandas pequeñas compuestas de unas pocas familias, unidas por circunstancias ecológicas infranqueables para su sencilla y primitiva cultura y que se alimentaban de mariscos, fabricaban armas y otros objetos de piedras labradas y construían sus tiendas con pieles de lobo marino.

            Una variación del clima obligó a aquellas bandas  a quedarse en la costa, donde la humedad facilitaba el creci-miento de una escasa vegetación y permitía la alimentación mediante los peces y mariscos que proporcionaba el mar lo que les ayudaba a desarrollar mejores condiciones de vida.

            Algunas caletas cobijaron a estos grupos que deja-ron  una huella inconfundible: vastos conchales de varios metros de profundidad, resultado de años de acumulación de las conchas de mariscos que consumía esa gente.

            Con el paso del tiempo, algunos trabajos agrícolas ocuparon al “hombre de los conchales” sobre la base del cultivo de la calabaza y del maíz. Junto a ello apareció la alfarería en forma de vasijas muy rústicas. Debido a esas características, se les llamó agroalfareros, y los primeros pueblos que habita-ron nuestra región fueron portadores de la cultura bautizada como EL MOLLE.

            Sus huellas se ubican de preferencia sobre las terrazas marinas bajas, cerca de la desembocadura de los ríos Aconcagua, Maipo, Rapel y Maule y nos señalan que estos pueblos tenían dominio de técnicas más avanzadas que les permitieron formar  grupos mayores, dentro de los cuales se desarrollaba una cohesión más fuerte que les permitía vencer a la naturaleza mediante obras culturales, tales como la construcción de canales de regadío, lo que les ayudó a sobrevivir en mejores condiciones.

            Nacen las aldeas, que albergan a centenares y has-ta miles de individuos.
            La banda o grupo se transforma en tribu.
            Sus actividades básicas de sustento son la agricul-tura y la ganadería, sirviéndole la caza y la pesca solo como actividades suplementarias a las ya mencionadas.

            Una idea religiosa básica de sus habitantes era la creencia en la continuación de la vida de ultratumba y la necesidad de proveer a los muertos de todo lo0 necesario para asegurar su futuro bienestar. Por esa razón los cementerios contenían un abundante ajuar funerario, en el cual se refleja la posición social del difunto y de su familia. Estos pueblos fueron los antecesores inmediatos de lo indígenas.

            Los aborígenes que poblaban el actual territorio de la región, eran muy desarrollados: cono cían el riego arti-ficial; vivían en grupos pequeños diseminados junto a los ríos y lagos donde disponían  de una horticultura incipien-te, poco extensa siendo las mujeres quienes cultivaban el suelo, sembrando plantas de semillas, tales como maíz, papas, porotos, zapallos, calabazas, quinoa, etc.

            Los hombres practicaban la caza y la pesca en los ríos y sus caseríos se conformaban por siete u ocho chozas y nunca llegaron a constituir aldeas compactas.
            Sus habitaciones eran construidas de “quincha revocada”(ramas y barro, entremezclados),techadas con manojos de paja o totora y formaban unidades familiares llamadas “rucas” en base a una familia extendida. Solamente se unían para los trabajos de siembra y cosecha en el llamado “mingaco” el que  aún rige en los caseríos rurales.

            Este pueblo fue bautizado por los españoles como “picunches”, que significa “gente del norte” y vivían entre los ríos Aconcagua y Biobío con una población estimada en trescientos mil individuos. Eran ganaderos y la carne para su alimentación y la lana para confeccionar sus ropas que cubrirían sus cuerpos, la obtenían de las llamas y de la alpaca. Cocinaban y dormían en el suelo y sus utensilios domésticos se reducían a unos pocos cacharros de greda y algunos objetos de madera labrada.

            Tejían paños y ponchos de lana, con los cuales se abrigaban. Sus armas eran el arco y la flecha y usaban lanzas de hasta cuatro metros de largo.

            Eran buenos ceramistas, usando los colores rojo y negro. Su lengua era el mapuche.
            La costa era un asilo más hospitalario por su clima y porque le proporcionaba los alimentos (peces y mariscos). Por eso  el indígena chileno frecuentó mucho el litoral. Los indios llamados PICUNCHES  o MAPUCHES, sufrieron la invasión de los DIAGUITAS y después de los CHINCHAS del sur del Perú.

            Ninguna de estas invasiones del norte pasó más allá del río Maipo al sur, pero de ellas procede la cultura de los indígenas chilenos que habitaban el centro-norte del país.

            Cuando llegaron los INCAS (siglo XV), todos los gru-pos nativos descendientes de los primeros pobladores pale-olíticos venidos del norte, probable-mente hace unos 15 mil años, eran pueblos agricultores, ceramistas, tejedores con cierta organización  social e iniciaban el trabajo de los metales.

            Estaban culturalmente adelantados en la etapa de transición hacia una sociedad más compleja.
            Los Picunches fueron dominados por el inca (1443-1470), que se había instalado en el Cuzco al-rededor de 1200 años D.C. y que llegó a ser el Imperio más poderoso de América, causando admiración  a los conquistadores españoles.

            El más famoso monarca fue MANCO CAPAC, quien, según la leyenda, al morir se transformó en piedra, siendo ese el motivo por el cual se venera-ba y adoraba a las piedras.
Hubo varios monarcas, pero con PACHACUTIC INCA YUPANQUI (+1465), comienza la era de los gobernantes que cobran personalidad histórica a partir de 1463. Con su hijo TOPA INCA YUPANQUI (1471-1493), se inició la expansión de su Imperio. Este, en conocimiento que al sur de sus dominios existía una comarca rica y bien poblada, resolvió someterla y quiso él mismo dirigir la empresa. Atravesó la Cordillera y llegó hasta el Valle del Aconcagua.

Al morir éste, su hijo y sucesor HUAYNA CAPAC (+1465), debió continuar la empresa, pero regresó al Perú.
El siguiente grupo de Incas al mando de SINCHIRU-CA , quiso seguir a orillas del río Maule, pero se enfrenta-ron con los PROMAUCAES, en una batalla que duró tres días y que fue ganada por los indígenas naturales.

Cuando el Inca supo de la derrota de los suyos y de la heroica resistencia de los PROMAUCAES, ordenó suspen der las hostilidades y señaló el río Rapel como límite de sus dominios.
Dividió el territorio en dos provincias o secciones, gobernadas por Curacas o Caciques. Uno de ellos residía a orillas del río Maipo.

“El largo y ceniciento cauce a través del cual el río Maipo des-ciende y se funde al mar, configuraba hacia la  época final de la domi nación cuzqueña en Chile, la frontera austral del Tiahuantinsuyo… Una indagación ratifica al río Maipo como frontera efectiva entre In-cas y “aucas” chilenos.(Eduardo Téllez L.)

Es indesmentible que a la llegada de Valdivia, la estructura material (poblados, puentes, instalaciones, etc.) que antaño sostuvo la línea de la frontera incaica se encontraba en abandono. Las casas estaban en ruina. De los moradores del Valle de Chile o de Aconcagua obtuvo el descubridor informes precisos respecto de las tierras que lo esperaban más adelante. De todo ello, el Adelantado sacó en limpio que al sur del Mapocho, a partir de la comarca “pichona”, solo exis-tían “quince a veinte pueblos, cada una tenía diez casas de gente muy pobre”. Ninguna mención a los colonos y las  potentes instalaciones incaicas de antes. El propio emisario de Almagro, Pedro Gómez de Alvarado, en su batida por Chile Central, las validó cabalmente. Tan-to en la Provincia “picona” como en las más australes, únicamente dio con pequeños caseríos, tan miserables como sus dueños”. (Eduardo Téllez Lugano).

“Conforme a Garcilaso de la Vega, la gran derrota que las le-giones peruanas sufrieron en el Maule, tras una batalla de tres días con los Promaucaes, decidió a los imperiales a hacer de la línea de ese río una frontera militar. Se replegaron hasta las cercanías del Maipo. En 1541, los Promaucaes tenían en su poder todas las grandes fortale-zas territoriales de la cuenca aconcagüina. Al producirse la invasión ibérica, la hegemonía cuzqueña se encontraba por lo que se ve, en declarado proceso de retracción.

En Chile Central una hostilidad creciente comienza a ganar a los nativos frente a los peruanos afincados en el suelo ancestral. No en vano el gobernador Quilacanta, sus mitimaes y “gentes de presi-dio”, se ven obligados a desalojar el valle de Aconcagua, después de 1536. A ello lo fuerzan el hostigamiento de las poblaciones locales acaudilladas por Michimalongo, antiguo Curaca del valle.

Un sordo resentimiento étnico dirigido hacia resabios de una dominación que otrora fue resistida en Aconcagua. Se trata de una insubordinación contra la autoridad tradicional del Inca, encarnada en sus personeros. La merma del  potencial militar  incaico es visible. Quila-canta y sus huestes no pueden sostenerse en el valle de Chile. Las estructuras defensivas de la línea del Maipo se habían disipado. El pueblo inca se encontraba devastado. Los ejércitos  promaucaes estaban en posición de trasponer el Maipo e ingresar en el mismo radio del Mapocho”.(Eduardo Téllez Lugano).

Como herencia cultural este pueblo dejó el uso del adobe en sus construcciones y en relación a alimentación, introdujeron en nuestros suelos el cultivo del maíz, (choclo), del cual se producen “umitas”, mote y chuchoca. También datan de esos tiempos, el “ulpo”, el “zanco” y el poroto.

Además, los Quechuas”, introdujeron nuevas raíces étnicas y culturales en los grupos nativos chilenos. Iniciaron cambios notables en los modos de vida, en la economía y en la tecnología chilenas.

Para mantener el contacto entre las provincias y la capital, se construyó un extenso sistema de caminos. (Camino del Inca). Hubo 2 caminos paralelos: uno a lo largo de la costa y otro por la Cordillera, ambos unidos por caminos transversales o senderos.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
EL NACIMIENTO DE LA GEOLOGÍA.
José Corvalán Díaz.
Editorial Universitaria.1979.
LA PREHISTORIA. Origen y desarrollo.
Mario Orellana Rodríguez.
Editorial Universitaria.1981.
ETNIAS CORDILLERANAS DE LOS ANDES CENTRO-SUR AL TIEMPO DE LA CONQUISTA HISPANA Y LA CULTURA PUELCHE.
Osvaldo Silva Galdámez.
Cuadernos de Historia N° 10/ 1990(pags.51-67).
DE INCAS, PICONES Y PROMAUCAES. EL DERRUMBE DE LA FRONTERA SALVAJE EN EL CONFIN AUSTRAL DEL COLLASUYO.
Eduardo Téllez  Lugano.
Cuadernos de Historia N° 10./1990 (Pags. 69-86).
PREHISTORIA DE CHILE.
Autora: Grete Mostny
Editorial UNIVERSITARIA.1991.
HISTORIA DE LA  ARQUEOLOGÍA EN CHILE.
Mario Orellana Rodríguez.
Bravo/Allende. Editores.1996.
BIOGRAFÍAS CHILENAS.
Revista QUE PASA.
MANUAL DE HISTORIA DE CHILE.
Francisco Frías Valenzuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario