“MI MUERTE.-
HE DECIDIDO SER FELIZ”.
“Llegará
algún día. De eso estoy seguro. Pero no quiero dejar que ella me sorpren-da.
Pensaré en la muerte ahora mismo para prepararme a recibirla. Me
gustaría que ella me encontrara con la agradable sensación de haber cumplido mi
misión en esta vida
Me gustaría que cuando venga, yo pudiera confiar y estar
tranquilo. Quisiera ha-ber hecho todo lo posible, haber amado lo suficiente,
haberme entregado en mi trabajo y haber servido con amor a mucha gente.
No quiero irme de este mundo con la percepción de no haber vivido
a concho, de no habérmelas jugado en lo que hice, de no haber mejorado
suficientemente (o no haber ayudado a mejorar) la triste situación de este
mundo.
Viviré con la conciencia limpia esperando en “cualquier lugar” y a
“cualquier ho-ra” que la muerte quiera visitarme.
No quiero vivir temblando ante su presencia y cercanía. Estoy
especialmente consciente de que la muerte es la llave maestra que me abre todas
las puertas a la verdadera vida. Pasaré por la oscuridad de su túnel hasta ver
la luz. No dudaré ni un instante. Encontraré
el reposo, la alegría inmensa, el amor sin limitación, la paz definitiva, después
de haber sufrido y después de haber luchado.
Atravesando
los umbrales de la muerte, podré reencontrar el regocijo de la vida.
Veré y amaré a mis amigos y parientes que se adelantaron en el
camino . El en-cuentro será una gran
fiesta .Una fiesta de eternidad y
de cariño. Allí tendré “todo el tiempo del mundo” para el amor y la amistad.
Dialogaremos lo que no tuvimos tiempo de dialogar. Iremos al fondo
de nuestro ser para alegrarnos de lo que Dios nos entregó. Pero de una manera especial, la muerte me dará el pase
para abrazar a Dios.
Por fin conoceré la hermosura de su rostro, la dulzura de su voz,
la caricia de sus manos y la inmensidad de su amor.
¡Tanto
tiempo hablando de él!
¡Llega el tiempo de hablar con él!
Morirse no es nada tan tremendo. Es una maravilla lo que nos
espera. Pero debo reconocerlo francamente. Cuesta dejar esta tierra.
¡Dios la
hizo tan bella!
Cuesta dejar a quienes amamos. Es tan profundo nuestro amor.
Cuesta partir a lo desconocido, ¡preferimos lo concreto! Sin embargo, cuando
venga el llamado, quiero te-ner puesta mi confianza en Dios. En sus manos
quiero dejar a los que amo.
Quiero partir a la eternidad del gozo para
disfrutar para siempre del amor.Desde allí seguiremos muy unidos.Entre los que viven
acá y los que vi-ven allá no hay una
fron- tera imposible de cruzar. Hay común unión.Los de arriba y los de
abajo, los del cielo y de la tierra vivimos en relación muy íntima.
¡Jamás los
abandonaré! ¡Nunca dejaré de amarlos intensamente!
No me
atemoriza pasar a vivir la eternidad del tiempo, el reencuentro con los que
partieron, la belleza impresionante de mi Dios. Mi miedo es buscar asegurarme
los encan tos de esta vida y no fascinarme por los encantos de la vida plena y alegre de los
cielos.
Quiero ir tranquilo y sonriente al encuentro de mi Dios.
Quiero, lo,
pido, lo anhelo.
Esa será por
fin, mi felicidad definitiva.
(El Padre Miguel Ortega nació el 22 de
noviembre de 1941, fue ordenado sacerdote el 26 de abril de 1969. Falleció el 4
de junio de 2005. (Revista MENSAJE. N° 541. Agosto 2005)
He querido
comenzar, este prólogo oral, recordando estas hermosas y nostálgicas palabras
de un sacerdote que entregó su vida por la causa de su Iglesia y de los pobres
de Chile. Ellas reflejan en su integridad los pensamientos que hoy me agobian, me
deprimen, me desalientan. Pero a la vez me ayudan en mi manera de ver el futuro
de mi existencia.
Ese es uno
de los textos escogidos en mi búsqueda incesante de lecturas que me permitan
sobrellevar esos momentos tensos, cuando
mi organismo sufre los embates
dolorosos y arteros de alguna enfermedad que quiere apropiarse de mi
ser.
75 años
sobreviviendo en esta tierra bendita, premiada por la natu-raleza y por la mano
de Dios ,pero tan maltratada por esa misma natura-leza que nos vio nacer y nos
permitió crecer, jugar, pelear, gozar, sufrir, compartir, convivir, caminar, estudiar
y trabajar. Junto a los bellos versos de Violeta Parra, podemos darle “gracia a la vida, que nos ha dado tanto…” Nos
dio la oportunidad de vivir con distintos destinos, felices algunos,
desgraciados otros, inciertos muchas veces. Nos permitió recorrer este largo
camino que nos conduce a un final esperado, pero no deseado.
Para ciertas
personas, la felicidad coronó su largo peregrinar por estas benditas tierras
del litoral. Para otras, esta misma felicidad no se hizo presente, pero supieron
ocultar su dolor con mucho estoicismo y esa honda pena que los carcomía
interiormente, no quisieron traspasarla a sus semejantes.
Hoy, cuando de mi
vida ya empiezan a evadirse los recuerdos, cuan-do los sentidos de la audición
y visión comienzan su lenta retirada, abrien do las compuertas del olvido y la desmemoria,
redacto para la posteridad estos sinópticos recuerdos que llegan en forma
avasalladora a mi mente, para acompañarme en los últimos ¿días, ¿semanas?, ¿meses?,¿
años?
Entonces
es bueno examinarnos y revivir los momentos gratos e ingratos que llenaron
nuestros pasos por este mundo, ayer pleno de ideas, proyectos y mucha
imaginación.
Hoy
solamente me resta dar gracias a Dios por permitirme gozar más allá de lo
predecible de los hermosos paisajes naturales de esta ben-dita tierra nuestra,
de la tecnología electrónica y en lo humano de la ines-timable solidaridad,
lealtad, fidelidad y amistad de familiares y amigos que me han acompañado a lo
largo de mi existencia.
Hoy, ya
retirado de las pistas educacionales, me he dedicado a orde-nar mis papeles,
mis apuntes, y me he preparado para entregar, si Dios así me lo permite, ese
producto histórico-literario para que el pueblo que me cobijó durante tantos años, pueda recordar a
sus gentes, a sus antepasa-dos, sus
lugares de antaño, sus paisajes hoy inexistentes. Me alegraría que un
porcentaje, aunque sea mínimo de la
población apreciara mi devo ción por la cultura, por la historia. Con eso me
sentiría recompensado.
Con la
serie de textos “MEMORIA HISTÓRICA DE SAN ANTONIO” espero llenar un vacío
existente en el campo intelectual porteño.
Mi
recuerdo para ese prodigio de profesor e investigador que guió mis pasos desde
el histórico Liceo Fiscal de calle General Ibáñez de Ba-rrancas, don ASCENCIO
RONDA GAYOSO (QEPD), y que me convirtió, junto a las enseñanzas
autodidactas de mi padre, en un hombre dedicado a la en-señanza y a la
investigación de nuestro pasado, de nuestros antecesores, de nuestros pueblos originarios,
de nuestras leyendas, en fin de nuestra historia local.
Hoy
solo ordeno mis escritos. Ardua y cansadora tarea, pero me pro puse terminarla
y en eso estoy. Empecemos a conocer nuestra historia. Nuestra verdadera
historia.
Este es el primer paso. Vienen
más.
Ojalá
Dios me permita ver a las nuevas generaciones hojeando (oje-ando) algunas de mis
obras.
Es mi esperanza.
Los hombres y mujeres de ayer
no pueden quedar en el olvido.
La
bruma del tiempo no puede envolver a nuestros patriarcas. No podemos
mantenerlos en la ignominia del silencio ni del olvido.
Que así sea.
RUBÉN ANTONIO SANTIBÁÑEZ GAMBOA.
( Noche del sábado 18 de octubre de 2014, en
el Departamento de Cultura de la I. Municipalidad de San Antonio. Lanzamiento
del libro “DON CLAUDIO VICUÑA GUERRERO.EL
ÚLTIMO GENTIL-HOMBRE” , del autor Rubén Santibáñez Gamboa.).
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